Muchos lo conocimos vía oral. Era aquel tipo con chupa de cuero que en un castellano ahíto de malabarismos verbales conseguía administrarnos las ganas de releer el Quijote con una receta casi susurrada. Se asomaba semanalmente a la ventana de tele preinternet –¿os acordáis de cuando la veíamos?– desde los programas Saló de Lectura (BTV) y L’hora del lector (TV3), ambos presentados, o tempora, o mores, por el bueno de Emili Manzano y sus calcetines divine.
Javier Pérez Andújar (San Adrián, 1965), paseador de culto, traductor de Astérix, pregonero épico, solía salir hacia el final del programa, blandiendo una libretilla que parecía contener toda una tradición antisolemne y erudita. Se robaba los planos –como buen secundario de lujo– metiéndonos en vena el veneno de la literatura popular: reivindicando la literatura de quiosco, sacando del armario del ninguneo a los autores de las novelas del oeste, nuestra pulp fiction, drenando la veta del lirismo de las viñetas de los tebeos de Bruguera, hablando con enjundia de las series antes de que estuviera de moda hacerlo. En definitiva, el tipo nos convertía las lecturas y aledaños no en un hábito saludable o biempensante, nada de gimnasio mental obligatorio, sino en un vicio adictivo y audaz, como cuando, por decirlo con una imagen que le es próxima, leíamos nuestro cómic favorito debajo del pupitre temiendo que el profesor de Mates nos pillara o subíamos al anaquel para mirar aquel volumen de Las mil y una noches que nos tenían prohibido.
La biblioteca oral de esos programas deberían formar parte del patrimonio inmaterial de nuestra ciudad literaria. Pero la verdad es que no se encuentran fácil. Van desapareciendo de la parrilla de TV3 a la carta igual que desaparecen las librerías históricas del centro de la ciudad, la prensa de los quioscos, los tebeos de grapa, los superhéroes en las películas de Marvel, los viejos amigos y los tascucios no instagrameables. Una cierta Barcelona desaparece –por culpa del chasquido de dedos de la gentrificación, del paso de los años, de cierta especulación salvaje– y el escritor trata de fijar sus huellas en la literatura, de enmarcarlas en su universo ficcional.
Diríamos que su nueva novela, La noche fenomenal (Anagrama, 2019), se construye como la resistencia a muchas de esas desapariciones. Más desde la melancolía que desde la nostalgia. Más desde la constatación de unos hechos irrefutables –hay una cultura que nos ha sido propia y que está moribunda– que desde el lloriqueo. Se nutre del deseo de querer vivir de nuevo esa otra vida real de la Ficción. Los lectores de Cervantes sabemos que “ficción” no es sinónimo de “mentira”. “Hay escritores que escriben para comerse el mundo. Otros escribimos para que el mundo no se nos coma.”, escribe Andújar.
La trama la protagonizan un conjunto de amigos locuaces y turulatos, unos caballeros del rey Arturo que se reúnen alrededor de la mesa redonda o cuadrada de un programa televisivo sobre fenómenos paranormales. En lugar de montar a lomos de un corcel o repiquetear cocos como en aquella película de Monty Phyton suben a bordo de autobuses nocturnos, en vez de cruzar la floresta en busca de aventuras, fatigan las calles como los personajes populares del TBO. En vez de a Ginebra u Oriana tienen a personajes femeninos tan maravillosos como Isis –trasunto de la cantautora Tina Gil– inteligentes, libérrimos y valientes. Hemos dicho que, en un giro aventurado, el programa televisivo que realizan los personajes de la novela no es de literatura sino de fenómenos paranormales, ocultismo. Francisco de Quevedo afirmaba que la literatura es vivir en conversación con los difuntos, escuchar con los ojos a los muertos, así las cosas no sería del todo descabellado pensar la historia de la literatura como una antología de sicofonías bien escuchadas, considerar que los mejores lectores no son otra cosa que médiums lúcidos capaces de sintonizar con las ideas del otro mundo que también es este. Su prosa es rabiosamente contemporánea, ya sea vieja o moderna, ahí convergen todos sus referentes culturales y vitales, así en ocasiones se muestra ligera y chispeante, y en otras densa y honda.
Pérez Andújar lleva años escribiendo una guía alternativa por el lado todavía no cartografiado, por el lado más bestia –por decirlo con Pla y Lou Reed, aunque en realidad no es nada bestia– de Barcelona. Si nos fijamos en el magnífico mapa que ha publicado la Oficina de Literatura de Barcelona UNESCO nos percatamos de que se existe una frontera imaginaria que hace que la literatura acabe antes de traspasar el Besós. Pareciera que a partir de allí, extramuros, no hubiera literatura. Hic sunt dracones. El escritor que nos ocupa ensancha esas lindes, rompe esa frontera del salvaje este.
Por ejemplo en Los príncipes valientes (Tusquets, 2007) utiliza la gran prosa burguesa del siglo XIX, vía Umbral, para explicar los paisajes morales y físicos de su infancia, una maravilla memoriosa de lo que otros llaman extrarradio y con ello inaugura una nueva literatura: “presentiré entonces cómo todo este paisaje de botánica proletaria, y de río de agua oscura como el chocolate, y de olas de espuma química, y de zumbidos de cables de alta tensión, va ascendiendo por mis botas de cordones gruesos, y va a transformarse en ese instante en mi única ideología”.
En el ya icónico Paseos con mi madre (Tusquets, 2012) vuelve a pasear por esos mismos paisajes: la Internacional de los Bloques, las chimeneas, un río Besós ya no tan contaminando. Pero esta vez con otro cometido, gastando otra prosa. El libro es un conjunto de crónicas culturales y políticas –que en su caso es lo mismo que personales– narradas desde un presente bucólico y feroz.
En La noche fenomenal el autor amplia el campo de estudio a una Barcelona a medio camino entre la ciencia-ficción y el naturalismo, el presente y el pasado, la realidad y la ficción, tan repleta de energía que acaba desdoblándose en otra idéntica pero diferente, donde los personajes se pasan de una a otra para comprar tomates más baratos o buscar una solución a sus problemas. En ambas llueve sin parar como en un verso de Vallejo, en ambas se desconoce si existe una salida.
Los lectores viejunos sabemos que la gran novela de Barcelona es en realidad aquel libro de cuentos escrito hace años por Sergi Pàmies. Otra cosa son las grandes novelas sobre las Barcelonas. Las muchas y diversas que configuran nuestra realidad. De esas tenemos unas cuantas: las de Rodoreda y Sagarra, las de Marsé, Mendoza y Vázquez Montalbán. Parece justo reconocer que la obra de Pérez Andújar merece enmarcarse en esa tradición.
El autor suele afirmar que la periferia no existe. Que el extrarradio es una posición relativa. Que todo depende de dónde consideres que está el centro. Nos gusta constatar que su obra ha conseguido desplazarlo.
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