“Sobre la necesidad de conectar ”
La protagonista de “Intimidades”, cuarta novela de Katie Kitamura, traducida por Aurora Echevarría y publicada por Sexto Piso, se traslada de Nueva York a La Haya.
No conocemos ni su edad, ni su nombre. Sabemos que es hija única, que ha perdido a su padre recientemente, tras una larga enfermedad, que su distante madre se ha instalado en Singapur y que ella trabajará como traductora en el Tribunal Penal Internacional.
También sabemos que todo en ella y sus compañeros de profesión transpira cosmopolitismo. En su caso, esto se traduce en unos progenitores japoneses, una infancia nómada pero con algo parecido a una base en Nueva York, el dominio de media docena de lenguas y una incapacidad para determinar a qué geolocalización corresponde el término “hogar”.
En la Haya, nuestra protagonista anónima sigue el previsible guión de una expatriada sobradamente preparada. Se relaciona con una serie de personajes que constituyen una apología de las sociedades abiertas: nativos y foráneos, todos ellos dominan los códigos sociales, suelen ser bellos, higiénicos, diligentes, y grandes profesionales plurilingües, que solo ocasionalmente tienen que compartir espacio con aquellos que no han sabido adaptarse al darwinismo de la globalización, y que o bien recogen colillas incrustadas entre las baldosas, o bien testimonian un genocidio en una latitud lejana.
Así, cuando la mujer de Adriaan, el amante de la protagonista, decide poner tierra de por medio, no se cambia de barrio o se traslada a la vecina Amsterdam, sino que se va con los niños a Lisboa, una de las capitales mundiales de la gentrificación, a donde acude solícito el marido abandonado, dejando a nuestra protagonista en una perpetua desubicación: en un lujoso apartamento que no es el suyo, en una ciudad de la que poco conoce, con una lengua extraña, ella que domina tantas.
Abundando en esta sensación de imagen desenfocada, la profesión de traductora, su actividad no siempre bien digerida en el tribunal, unida a la incapacidad para hablar con fluidez la lengua local, permiten a la autora mostrarnos las dificultades de un recién llegado para entender los códigos de los nativos, sus palabras y sus silencios, cuando carece del contexto necesario para traducir los hechos que presencia.
Con esos mimbres, Kitamura construye una novela plagada de aciertos, empezando por el obvio, reflejado en su título: la capacidad de la narradora en primera persona de transmitir los sentimientos más íntimos de su protagonista, sin caer en ninguna trampita emotiva, ni lastimosa. A caballo de una tensión fría, de la mano de una prosa despojada, la autora norteamericana lleva al lector de la mano, de las dudas profesionales y sentimentales de la protagonista, hacia un final esperanzado en las dunas de Den Haag.
Otro de los grandes aciertos de esta novela lo constituye la mirada desprejuiciada de la autora, ajena a todo cliché sobre las relaciones humanas y alérgica a soltarnos la habitual misa moralista sobre lo que debe ser la existencia. Particularmente interesante resulta la incomodidad de la protagonista ante la belleza y seguridad de la exmujer de su amante, y lo mucho que parece anhelar una relación más previsible y formal con el mismo.
Después de tanta incomunicación, uno llega al final de “Intimidades” con el convencimiento de que la necesidad de conectar con el resto de la especie humana es un sentimiento universal.
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