1 Excusatio non petita
Durante la lectura de “El vidente y lo oculto”, la magnífica biografía de Rilke escrita por Mauricio Wiesenthal, no dejaba de sorprenderme la sostenida manía que tiene Wiesenthal a dos libros de Rilke: las dos partes de “Nuevos poemas” y “Los cuadernos de Malte Laurids Brigge”. Estoy de acuerdo en que los grandes libros de Rilke son otros, pero esos libros malmirados por Wiesenthal también me gustan, y contienen algunos de mis poemas rilkeanos favoritos. La cuestión es que me convenció, más que su manía, que no la ocultara. Era su libro, era su lectura, mandaba él.
No estoy desbarrando. Soy vasco y Tauro. Estoy cubriéndome la espalda. Y me gusta dar giros antes de entrar al meollo de las cosas.
2 Groupies de los solitarios
“El silencio y los crujidos”, de Jon Bilbao, contiene tres cuentos muy largos, o tres novelas cortas.
El primero, “Columna”: un ermitaño que durante la peste de Santa Sofía se retira a una columna, y al que trasladan a una segunda columna, más alta, en una región muy alejada, y a la vista de otro estilita, de más edad y prestigio, con el que comienza una competición por la santidad. El segundo, “Tepuy”: un biólogo que pasa una semana en un tepuy (una meseta venezolana, de paredes abruptas y cima plana) para investigar la fauna y flora de las alturas; lo acompañan ranas de una especie desconocida y una anaconda de más de siete metros; al cabo de una semana, el helicóptero que lo ha llevado debe pasar a recogerlo, pero algo va mal. El tercero, “Torre”: un hombre que se ha enriquecido con una app pornográfica se retira de la sociedad en un chalet en Menorca y contrata a una mujer, Nora, para que se encargue de todos sus asuntos, pero enseguida su presencia en la isla es conocida por activistas.
Hay elementos que se repiten en los tres cuentos. Los tres solitarios se llaman Juan, nombre de apóstol y de eremita. En los tres, aparece un personaje femenino cuyo nombre es Una: una niña que lleva leche a los ermitaños, en “Columna”; la anaconda de siete metros, en “Tepuy”; la anciana que vive con el último Juan, en “Torre”.
El propio Jon Bilbao ha explicado (https://www.eldiario.es/cultura/libros/Jon-Bilbao-soledad-silencio-crujidos_0_756974590.html) que se trata del mismo hombre en tres reencarnaciones sucesivas. Además de la coincidencia del nombre, de la aspiración a la soledad, de la aparición de Una… el texto recoge ese hecho en “Torre”. Una, la anciana de “Torre”, preguntada por el alcance su relación con Juan, responde: “¿Juan y yo? Desde hace mucho. Es una historia demasiado larga para contarla”.
Los tres cuentos trabajan con el movimiento vertical como camino a la desaparición: en la columna, en el tepuy, en la torre, los tres se plantean una desaparición en lo alto. Esa desaparición es también una renuncia a la imagen. La visibilidad es cada vez menor: el ermitaño es una figura borrosa sobre la columna; el biólogo, en lo alto del tepuy, está temporalmente fuera de la vista; por último y tal vez más importante, el último Juan materializa su desaparición en la forma de la casa de Menorca, de manera que, incluso cuando sale a hurtadillas, es como si no saliera del todo, como si algo se hubiera quedado a buen recaudo dentro. El tercer Juan incorpora parte de la invisibilidad en sí mismo, como Salinger o Pynchon.
Existe también la certeza de que ese proyecto de desaparición es imposible: el estilita depende de la comida que le llevan los suplicantes; el biólogo, de que el helicóptero regrese a recogerlo; el inventor de la aplicación, de que Una lo cuide y de que Nora mantenga el mundo apartado y a raya. Durante la lectura, recordaba los versos de Vallejo: “De disturbio en disturbio / subes a acompañarme a estar solo”.
El proyecto de soledad radical es imposible y, además, está animado por la vanidad, el miedo, y el desdén hacia uno mismo. “La soledad también era una forma de control”. La altura de la columna hace a Juan el estilita más reverenciado; la del tepuy, más erudito a Juan el biólogo; y la de la torre más noble y desdeñoso a Juan el inventor. Por cierto, ‘torre’ es la palabra que se usa en la costa mediterránea para referirse a una residencia de veraneo, pero Bilbao la toma también en su literalidad: Nora se imagina a Juan “en una construcción mucho más alta (…) almenada, circular, repleta de pasadizos secretos (…) Aquella torre no sería un refugio donde aislarse del mundo, sino una atalaya desde la que contemplarlo y comprenderlo mejor”.
Esto último nos lleva a hablar del movimiento horizontal de los tres cuentos. Ya hemos dicho que la visibilidad de cada Juan es más pequeña a la del anterior, hasta su retirada del mundo final. En este caso, no tenemos imágenes de Juan. Eso tiene una consecuencia directa en la narración, o está producido por una decisión narrativa: sólo “Torre” no tenemos el punto de vista de Juan, sino el de Nora, que quiere encontrar y entrar en su espacio vacío. Tal vez la altura y el aislamiento sean, por fin, vías de conocimiento y no sólo una estrategia para mantener al ralentí el odio a la vida. Aunque esto es lo que piensa Nora, o lo que pienso que piensa Nora.
Ese movimiento horizontal, interrumpido y puesto fuera de cuadro a tiempo, parece pronosticar la eclosión de algo que se ha ido gestando en las diferentes encarnaciones. Los descensos de las alturas de los dos primeros Juanes han sido catastróficos. El del tercero, si se produce, podría no serlo: “Le falta el trecho más duro y traicionero (…) Tiene que impedir que la torre se llene de voces (…) Y ¿sabes cuál es la más terrible de todas? La suya, que lo invita a conspirar contra sí mismo, que le sugiere restaurar puentes”, dice Una a Nora en “Torre”.
Unas comparten también rasgos: son las únicas que tienen acceso a la “plataforma” de Juan, a la intimidad de su aislamiento. Tienen algo demoníaco, como Silvia Pinal en “Simón del Desierto”. Representan a toda la humanidad; la tentación y la fascinación, el cuidado y la sabiduría. Si Juan está evolucionando, probablemente, Una, también. Es un personaje exquisitamente enigmático. Tal vez, uno que está haciendo el viaje de vuelta que Juan está terminando–tal vez, de nuevo-. En uno de los cuentos espeta este dictamen de sibila desafiante:
“Hay dos momentos importantes en la vida: cuando descubres que no eres como los demás y cuando descubres que no eres tan distinto como creías”
3 Accusatio manifesta
Los lectores son criaturas caprichosas. En una frase lacada con perfección de bruma japonesa, Borges dicta sentencia: “A veces pienso que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos que los buenos autores”.
Sólo he leído tres libros de Jon Bilbao: “Física familiar”, “Estrómboli” y “El silencio y los crujidos”. No puedo hablar con solvencia del panorama de su obra. Pero de los libros que sí he leído, los dos primeros me dejaron una impresión indecisa. No podía dudar de la honestidad del autor. No era un escribiente fraudulento; saltaba a la vista que conocía muy bien la ductilidad y las posibilidades del relato. Pero tengo mis manías de lector, y hay usos del castellano que me alejan del texto. Sin dejar de reconocer el dominio de Bilbao, del que hay ejemplos numerosos (el eficaz zoom out del final de “Estrómboli”, por mencionar sólo uno), el retrogusto no terminaba de convencerme. A mi pesar, porque no experimentaba la crítica como placer sucedáneo, un poco como dice Patricio Pron.
No me he sobrepuesto a mis manías. Pero en “El silencio y los crujidos” no sólo la tensión y la apelación mutua de los relatos es excelente: además, hay numerosos fragmentos de prosa restallante (la descripción de los efectos de la peste bubónica en “Columna”, por ejemplo), la imaginación es muy libre y toma de la elucubración científica elementos casi fantásticos, las frases son secas y firmes, y el viento que circula entre ellas es ambiguo y rico. No me he sobrepuesto a mis manías. Sólo que, por suerte para mí, por fin un libro de Bilbao me ha gustado mucho.
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