Editorial Sajalín. 148 páginas. 1ª edición de 1947, ésta es de 2017.
Traducción de Marina Bornas
Ya he comentado que, después de leer casi seguidos tres libros de Kenzaburo Oé, el premio Nobel de 1994, me apeteció seguir con más literatura japonesa. Así, cuando se acercaba la Semana Santa de 2022, me acerqué hasta la biblioteca de Retiro y saqué en préstamo Soy un gato (1905) y Botchan (1906) de Natsume Soseki y El declive (1947) e Indigno de ser humano (1948) de Osamu Dazai (Kanagi, 1909 – Tokio, 1948). He leído las cuatro por este orden cronológico.
La narradora de El declive es Kazuko, una joven de veintinueve años, que vive con su madre en una casa con jardín de estilo chino en la península de Izu, en un pueblo a unos pocos kilómetros de Tokio. Madre e hija han tenido que abandonar su casa tokiota en el lujoso barrio de Nishikata, porque el tío Wada, el hermano mayor de la madre, así lo ha decidido. Desde que el padre de Kazuko murió diez años antes, el tío Wada gestiona la economía doméstica de la familia, y el dinero que dejó el padre se está acabando. Naoji es el hermano menor de Kazuko, quien ‒al comienzo de la novela‒ se encuentra desaparecido en combate en el sur del Pacífico. La novela está ambientada en la inmediata posguerra, entre 1945 y 1947. Kazuko estuvo casada, y se divorció seis años antes. El que iba a ser su primer hijo nació muerto. Por estos motivos volvió a vivir con su madre.
La primera escena de la novela me parece sutilmente significativa: Kazuko describe cómo come su madre, la delicadez con la que usa los cubiertos. Esto le sirve para contarnos que su madre es una verdadera noble japonesa, no como ella o su hermano, que son «mendigos de clase alta». «La única aristócrata de verdad que hay en nuestra familia es mamá.» (pág. 8), pero además le sirve (intuyo) para mostrarle al lector el colonialismo cultural al que acaban de ser sometidos por los norteamericanos, tras el fin de la guerra. También están comiendo un puré de guisantes, que Kazuko ha preparado con una lata importada de América.
Las primeras páginas de la novela describen la vida de la madre y Kazuko en la casa de estilo chino de Izu y son detenidas y melancólicas, también la narradora nos va arrojando datos sobre el pasado en decadencia de los personajes. De forma simbólica, Kazuko va a descubrir los huevos de un nido de serpiente y los va a quemar, confundiéndolos con los de una raza peligrosa, cuando no es así. Desde entonces sentirá que una víbora maligna ha anidado en su pecho y esto conducirá a la muerte a su madre y a su propia destrucción. El símbolo nefasto de la serpiente recorre El declive, a veces dejando atrás el realismo de la narración.
Los personajes de la novela no querrán nunca hablar de la guerra, unos años que han supuesto un profundo bloqueo emocional para ellos. Kazuko nos dirá que lo único que conserva de la guerra son sus tabis, o zapatos de trabajo, y en unos breves párrafos nos describirá su reclutamiento en retaguardia. «La verdad es que ahora, cuando intento recordar, tengo la sensación de que ocurrieron muchas cosas y, al mismo tiempo, es como si nada hubiera ocurrido. No me gusta contar ni escuchar historias de la guerra. Murió mucha gente, es cierto, pero aun así me parece repetitivo y aburrido hablar de ella. Supongo que es porque tengo una perspectiva egocéntrica de la guerra. Solo salí de la monotonía cuando me reclutaron y me obligaron a calzarme aquellos zapatos y cargar fardos.» (pág. 34)
La trama de la novela se moverá cuando reaparezca Naoji, el hermano menor desaparecido en la guerra. Naoji no estaba muerto, pero se ha convertido en un adicto al opio, que complicará la vida a su hermana y su madre desde el momento en el que vuelva aparecer en sus vidas. Naoji tampoco quiere saber nada de la guerra, y comienza en Japón una vida disoluta, que tiene más que ver con el alcohol, que con el opio, que está tratando de dejar.
Kazuko irá adelantando información al lector de su narración. De hecho, a veces se muestra de un modo consciente que ella está recordando, mediante la escritura, acontecimientos que tuvieron lugar en el pasado. «Quiero contarlo todo, sin omitir absolutamente nada.» (pág. 26) o en la misma página: «pienso mientras escribo estas líneas».
Tal vez Naoji, que está acabando con el dinero de la familia, con sus frecuentes escapadas a Tokio, donde se junta, sobre todo, con Uehara, un escritor al que admira, y cuyas novelas resultan cada vez más escandalosas a la opinión pública, pueda trabajar, pero esta no parece una salida posible para Kazuko. Así que, aunque sea de un modo secundario, se muestra aquí la posición secundaria de la mujer japonesa en la sociedad de la época. Lo que debería hacer Kazuko sería casarse otra vez, aunque sea con un hombre mayor que pueda mantenerla. Dentro de todo el desbarajuste familiar en el que se encuentra metida, Kazuko, sin embargo, no quiere renunciar al amor, aunque se haya fijado para conseguirlo precisamente en un hombre que no parece convenirla en absoluto, un hombre casado y de mala reputación.
Me ha llamado la atención que, al igual que los otros dos escritores japoneses, que llevo leídos en 2022, Osamu Dazai fuese también un estudiante universitario de lenguas europeas, el francés en su caso, igual que Kenzaburo Oé. Por su parte, Natsume Soseki estudió inglés. En gran medida, las referencias culturales que aparecen en El declive son europeas, y sobre todo francesas. En este sentido, se puede entroncar a El declive con el movimiento de la novela existencialista francesa de la posguerra. Imagino que Dazai habría leído novelas como La náusea de Jean Paul Sartre, que es de 1938, o El extranjero de Albert Camus, que es de 1942.
Además en El declive, Kazuko parece creer en el cristianismo y habla de Jesucristo y la virgen María, algo que también me ha llamado la atención.
Además de la narración en primera persona de Kazuko, quien parece que está escribiendo un diario íntimo, en la novela también se muestran cartas, o bien de Kazuko, dirigidas al hombre que desea que se convierta en su amante, o de Naoji. También se muestran las páginas de un diario de Naoji, de fuerte contenido existencialista: «En nuestra clase social tampoco hay gente que valga la pena. Idiotas, espectros, usureros, perros rabiosos, charlatanes, pura palabrería, orina que cae de las nubes.», «La guerra. La guerra de Japón es pura desesperación. No quiero morir involucrado en esa desesperación. Prefiero morir por mi propia mano.», o una frase que parece impresionar mucho a Kazuko: «Me pregunto si existirá algún ser humano que no sea un depravado.»
El declive me ha parecido una hermosa, delicada y desoladora novela existencialista. Una hermosa novela que refleja muy bien el sentir japonés tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, pero sin hablar casi del conflicto bélico. Ahora mismo estoy leyendo la segunda y más famosa novela de Dazai, Indigno de ser humano, que me está gustando mucho también. Además, por primera vez, leo una novela de la editorial Sajalín, algo que tenía pendiente desde hacía tiempo, y que me ha resultado una grata experiencia. A ver si indago más en su prometedor catálogo.
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