Ana Paula Maia
De ganados y hombres, Siruela, 2017.
Posiblemente lo que más sorprenda de esta brevísima novela sean las distintas interpretaciones que admite y la mezcla de emociones que despierta a lo largo de su lectura.
De ganados y hombres es el primer trabajo publicado en España de la escritora brasileña Ana Paula Maia (1977), que la editorial Siruela ha incluido en la colección Nuevos Tiempos.
Una escritura concisa, directa, que deja sin aliento por la rotundidad de su estilo y por lo perturbador de lo contado.
La trama se centra en la cotidianidad de los trabajadores de un matadero, situado en un valle donde toda la vida gira en torno a la producción cárnica y su explotación, el Valle de los Rumiantes. La rutina se rompe cuando empiezan a desaparecer animales sin motivo aparente. Lo que en principio se creía un simple robo, causa del cierre de otro de los mataderos vecinos, se descubre como un hecho inesperado acorde con la zozobra que destila el texto.
Con una prosa sencilla, sin adornos y un lirismo descarnado, la autora logra introducirnos en la historia como si fuera una película, recreando imágenes en las que la belleza y lo poético de la naturaleza avanzan conjuntamente con la brutalidad y la capacidad de destrucción del ser humano.
Sin embargo, Ana Paula consigue no caer en el sentimentalismo ni en las moralinas de folleto. Muestra, no juzga. Expone con sorprendente belleza un mundo donde nada es completamente blanco ni negro. En esta historia destaca el rojo, el rojo intenso, sangriento y opaco. Un rojo que puede ser hermoso, como el de las rosas que crecen junto al río que cruza el valle, pero que también resulta inquietante, pues ese color se debe a la sangre arrojada a la corriente desde cada matadero de la zona.
También destaca el blanco, el color de la fábrica de hamburguesas, el blanco puro e inmaculado de los pasillos y de los uniformes, como en un intento vano de parecer inocuos, ajenos a la muerte sucia y grosera que les ocupa: un blanco que pretende amansar conciencias y envolver el proceso en una asepsia imposible.
Así es la novela: bella, pero desasosegante. Maravillosamente escrita y contenida en las emociones de sus protagonistas. Todo en ella resulta sereno pero violento a la vez. Lo que a ojos de la persona que lee, que casi puede ver y oler –por lo certero y eficaz de las imágenes utilizadas─ no deja de resultar sombrío y macabro.
De los personajes ─todos masculinos─ destaca Edgar Wilson, el encargado de golpear a las reses antes de ser descuartizadas, el aturdidor. Un hombre que imaginamos grande, de movimientos lentos, tranquilo, de los que trasmite confianza y saber estar.
Cuando los animales llegan a él, Edgar los recibe con un silbido que los serena, se mancha un dedo en cal y le dibuja una cruz en la frente, donde asestará el golpe de gracia. Encomienda el alma de cada uno de ellos mientras mira en la profundidad de sus ojos negros en busca de algún tipo de respuesta, de reacción, de redención. Resulta imposible no pensar en un sacerdote que da la extremaunción a un enfermo terminal. Aunque en este caso, es la misma figura la que acompaña espiritualmente y la que ejecuta. Este tipo de detalles son los que confieren al texto un tono terrorífico.
A Edgar Wilson no le gusta matar ovejas porque dice que se arrodillan y lloran antes de que él pueda realizar su cometido. Su mayor aspiración es que lo contraten en un matadero donde solo trabajen con cerdos. Un tipo reservado que no duda en contestar, cuando le preguntan, que sí, que ha asesinado a otros hombres; pero solo a aquellos que no valían para nada, añade inquietantemente.
Otros protagonistas son los compañeros de Edgar, una galería de personajes perfilados con profundidad y destreza, dotados de personalidades muy diversas. Hombres que, a pesar de tener un trabajo, viven en la miseria, rodeados de pobreza y mugre. En el otro extremo, el dueño del matadero, un empresario que conoció tiempos mejores y que, a pesar de su situación de privilegio no puede evitar caer en el abismo, devorado por el mismo sistema que lo encumbró años atrás. Él también es un hombre del ganado y de la sangre, como lo describe la autora, y por eso comprende –o tal vez prefiere mirar hacia otro lado y continuar con su negocio─ los comportamientos delictivos de sus subalternos.
Y de fondo, como una masa incierta, sin delimitar, que se mueve como un todo, carente de rostro pero con voz, los pobres del valle. Asedian el matadero cuando llegan camiones, porque saben que hay animales que no sobreviven a los viajes y que serán desechados. La causa que los ha llevado a la extrema pobreza: la industrialización que está terminando con los recursos naturales de su entorno es, paradójicamente, la que les suministra alimento, convirtiéndolos, a la vez, en damnificados y ruinas del conjunto, en una suerte de desperdicios humanos que se mueven como sombras por un territorio al que pertenecían en otro tiempo y que se ha ido convirtiendo en una tierra yerma donde todo huele a muerte.
La novela puede leerse como un manifiesto en pro de los derechos de los animales, como un relato de misterio ambientado en un espacio poco habitual o como una metáfora del comportamiento humano, de sus contradicciones y de las justificaciones que esgrimimos para argumentar un estilo de vida que se caracteriza por destruir, agotar recursos y mirar hacia otro lado, dejando en el camino algo más que víctimas animales. En esa línea, De ganados y hombres, supone un golpe implacable al corazón del sistema capitalista, que una vez esquilma las riquezas de un lugar, se sube al primer camión en busca de otro matadero donde continuar su labor, como hace el protagonista.
Tal vez el sistema en el que vivimos no sea completamente malvado, como tampoco lo es Edgar Wilson, coherente y hasta compasivo, pero no por ello deja de ser un asesino. Para que una parte de la población del planeta viva mejor, muchas son las víctimas que alimentan ese engranaje imperfecto.
Ana Paula Maia difumina los límites entre víctimas y verdugos y nos invita a pasar al otro lado, aportando cualidades humanas a esos seres que pastan en el valle, como la decisión de elegir una muerte antes que otra y no alimentar, de esta manera, la rueda que nunca deja de girar y que destruye todo lo que coge a su paso. Los animales parecen querer decirnos que siempre hay otra opción y que incluso, morir, se puede hacer con dignidad. Se diría que los roles han sido cambiados y que son las bestias humanas las que poseen características animales y, el ganado, el que tiene sentido común y cordura.
De una novela tan breve y con esta profundidad, es fácil deducir que ninguna palabra sobra. Narrada sin rodeos ni juegos en la línea temporal, expone un tiempo lineal, limpio, simple pero lleno de aristas y de claroscuros.
Tras la lectura de De ganados y hombres, otro título nos viene a la mente, De ratones y hombres de John Steinbeck. La historia de dos amigos que sufren las crueles consecuencias de la crisis del 29.
Resulta evidente que las referencias van más allá de la similitud de los dos títulos. Como si de un homenaje al autor norteamericano se tratara, De ganados y hombres es publicado justo ochenta años después. De la misma manera que J.Steinbeck, la autora brasileña ha sido capaz de hacer un retrato realista y sórdido de una sociedad plagada de absurdos contrasentidos y, al igual que en la obra de 1937, sus personajes están atados a un destino fatal en el que toda lucha por salir, quedará convertida en un intento vano e ilusorio.
De ganados y hombres es una obra íntegra, impecable y solvente. Uno de esos títulos a los que se les presta especial atención por resultar interesante y, además, estar magníficamente escrito.
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