Nuria Barrios, Amores patológicos, Páginas de espuma, 2023.
No todo lo que es amor reluce
Un libro intervenido, retocado, actualizado. Nuria Barrios nos presenta así algo sometido a una revisión profunda veinticinco años después de su primera edición y para ver qué tenemos entre manos, mi idea ha sido para empezar detenernos en el prólogo que la propia escritora ha tenido a bien colocar antes de empezar a relatarnos historias obsesivas, eróticas, psicológicamente difusas y extrañas maneras de sobrellevar tanto el amor como el desamor, mediante un hilazón de historias que se tocan, se abrazan, se acarician y parecen hacer el amor entre ellas: algunas veces brotan historias hijas de otras, más o menos hermosas y otras veces, la criatura es un híbrido de recursos visibles que pueden ser más o menos afortunados, como los personajes que viven y confunden deseo con amor, sensibilidad con imprudencia o abuso con cariño. Hay de todo en el libro, porque como en los buenos compendios relatísticos, y Nuria Barrios lo sabe, lo trabaja y es consciente de ello, hay que imitar a las mejores, como por ejemplo Ana María Shua, que en sus libros de micros desborda previsiones, atiranta el lenguaje y usa, abusa y precipita un todo lingüístico que nos hace contemplar una especie de mundo inabarcable y completo. Barrios aprovecha el tema del título y revienta el sustantivo —el amor— y sus sinónimos, antónimos y complementarios y lo va maquillando con el adjetivo —patológicos y sus derivados y versiones, diversiones, aversiones y perversiones, porque de todo hay en la viña literaria que nos muestra Barrios, dándonos a probar uvas más o menos maduras, vinos más o menos jóvenes y algunos licores que mutan de sabor conforme avanzamos en la lectura de un libro que, más que repleto de historias, es una historia sometida a pequeñas permutaciones, es decir: vemos cómo elementos que aparecen y desaparecen —otros se desdibujan de manera gradual y sabia— cambian de posición u orden, haciendo así que el entretenimiento sea mayor para quien se acerca a contemplar cómo nos habla del amor una autora que sabe que contar es mucho más que concatenar frases.
Decía del prólogo porque es interesante constatar cómo el mundo literario se muestra en la ficción de la autora y en algo más autobiográfico como son sus palabras —literarias también, por supuesto, pero digamos que menos ficcionales— sobre sus propios cuentos, el trasiego que sufrieron en 1998 y cómo y por qué ha decidido reunirlos ahora, dándoles matices nuevos, recolectando su experiencia de vida y compendiándolos en un nuevo volumen de igual título y una madura visión.
Extraigo unas cuantas conclusiones del prólogo que servirán para enfrentarse a lectura de un libro variado, de temática común y plagado de situaciones cotidianas que toman un cariz diferente al esperado.
- Libro terminado, libro extraño
Cuenta Nuria Barrios el proceso que supuso rescatar este libro y cómo no: el desasosiego personal que le produjo enfrentarse a su reelaboración. Esos retoques tenían que ser consecuentes con dos cosas: el respeto al libro ya escrito —y leído, disfrutado y criticado a finales de los 90, con un público diferente y crítica especializada unánime en concederle un puesto positivo entre los libros de cuentos de entonces— y la persona que era ella después de esos años transcurridos, de traducciones, escrituras, premio de ensayo por medio, la vida, la familia, las amistades, las dudas… todo esto lo añado yo, claro. Imagino que como a cualquier escritora que le impelen a retocar un libro suyo de hace tiempo, esa criatura frankesteiniana querida que surge, da miedo, causa pudor y alegría en partes iguales y el sometimiento a un mercado nuevo —1998-2023— en un mundo nuevo causa cuanto menos, vértigo.
2. Libro excesivo y música verbal
Todo libro de calidad es excesivo. Punto. Lo excesivo es sano. Es insano. Es literario y antiliterario. Ocupa espacios verbales que posteriormente desocupa, transfiere poderes a quienes leen que hacen sentir a lectoras y lectores como divinidades, arcángeles, ángeles, reinos y potestades —y no en ese orden precisamente—. Lo excesivo es un personaje que nos atormenta, divierte y apasiona. Un personaje que persiga su objetivo sin detenerse casi a respirar, porque la cabeza le da para pasar por encima de las adversidades y de manera automática cumple la función de doce a veinte veces por minuto y así aguanta, o que se convierte en criatura dinámica y peligrosa y jadea como un perro enamorado. Lo excesivo es información distribuida en el relato de tal manera que nos abrume no saber más y a la vez, desear que nos oculte datos la autora para ir descubriendo poco a poco lo mierda de personaje que es aquel, o cómo prepara una venganza otro o pero aún, cómo haríamos nosotros que ese amante pagara por la deslealtad que tuvo con su esposa y zas: caímos, ya no leemos sino que vivimos, y eso lo consigue Nuria barrios y lo sabe porque ella misma practica…
3. Cambios, metamorfosis, derivaciones
…como autora, no hay mayor cambio que intervenir tu libro. El torrente de ideas que fueron se canaliza de manera distinta, pero en el amor, como el relato, lo más importante es contar con cambios que nos muevan y disipen de la rutina. Es fascinante que la autora utilice el espejo como metáfora del síntoma de cambios: coloca sus relatos de manera especular como si ella se colocara delante del espejo, asumiendo los cambios y siendo consciente de que los años atraviesan capas y polvo. No exenta esa amplia mirada, una profunda y generosa puesta de largo de los ojos de hoy para ver la mirada de ayer que nos llevará a la visión de mañana, preocupa como no puede ser de otra manera que dichas metamorfosis más que aportar, empañen, disipen o borren totalmente las maravillas inasibles que fueron protagonistas de aquella recepción tan cordial que recibiera el libro en su primera edición.
4. Traduttore, traditore
Siendo coherentes, en este caso, la traductora es una traidora, por seguir hablando de la profesión de Nuria Barrios. Me surgen reflexiones, preguntas: ¿traiciona quien se traduce a sí misma? Las poetas como Yolanda Castaño que se traduce de su lengua, el gallego. ¿Interpretar es traicionar? Leopoldo María Panero decía de Dámaso Alonso sobre Góngora, y ¿no traducía Panero cuentos, versionaba poemas, des/re-hacía literaturas? ¿Estamos ahora mismo traduciendo, y por lo tanto traicionando el espíritu fundamental del libro de Nuria Barrios al pretender —como toda pretensión, ilusa— explicar, componer una hermenéutica que nos acerque a la poética del cuento de una escritora que es traductora, llama Nuria Barrios y que ya compuso un texto, y que hoy traduce el mismo, interviniéndolo, rehaciéndose a sí misma a cada paso que des-compone lo ya compuesto? No tengo ni idea, la verdad. Demasiadas preguntas que imagino que expertos en teoría de la literatura —tengo algunos amigos a ello dedicados— pueden quizá aclararnos.
Los mecanismos de engarce entre los relatos, centrándonos en el conjunto de relatos ya, son claros, constantes y ayudan a elaborar ese mundo del que hablábamos antes, excesivo, multiamoroso, obsesivo y capaz de entretenernos con su lectura. Los personajes se suceden y de un cuento a otro reconocemos sus tics, sus tocs y sus desviaciones, porque sí: hay mucha desviación del camino cotidiano en la cotidianidad que nos brinda Nuria Barrios.
Los diálogos están logrados y cumplen las funciones que esperamos de ellos aunque la mayoría de las veces no nos demos cuenta por lo naturales de su construcción, lo fluidos que nos llegan y su terrible naturalidad, con los matices que conllevan, los sobreentendidos y el tono —una o dos palabras en el inciso que matizan el parlamento—. En una serie de cuentos donde la palabra, la comunicación y el querer hacerse entender porque el tema lo requiere —el amor, el sexo, el cariño—, la charla es tan importante porque encontraremos lo adverso también: el silencio, la incomunicación la incomprensión hasta el infinito cuando las ideas sugeridas no coincidan con el deseo de algunos personajes. Las actitudes extremas también están a la orden del día y nos sorprenderá que la toma de decisiones dependa del desequilibrio emocional que sufren quienes pululan por estas páginas. Aunque no tanto, ciertamente: la vida, la realidad supera a la ficción y no por tópica la frase deja de llevar razón. Nuria Barrios hace maravillas con el material que tiene a su disposición y podemos tener la seguridad de que la carne de sus personajes huele bien o mal, que está fláccida o tersa, que sus palabras consiguen, en sus desvaríos pasionales, llegar a herir la sensibilidad, o excitar, o marcar un punto y final en las relaciones cuando es necesario decir adiós.
Hay lirismo, pero no demasiado: le justo para aportar una luz lírica en el fondo de un oscuro vaso de desengaño, ya saben: la acción es la veloz carrera del amor en pos del sexo, o viceversa, qué importa. La autora no se deja llevar por la facilidad ni en escenas amatorias ni sentimentales, lo que agiliza la lectura narrativa y se agradece, porque una cosa no está reñida con el aporte literario; hay unos cuantos cambios de narrador necesarios para entender y finalizar la historia, que al principio pueden chocar y después forman parte de la manera de narrar; hay absurdos, como en el amor, hay asesinatos, patos y malos ratos. El excesivo color literario de que hablábamos antes combustiona páginas y páginas, las autorreferencias nos servirán para comprender al completar un relato con otro y descubriremos que las pistas dadas y distribuidas por la autora son elementos indispensables para que un volumende relatos como es Amores patológicos funcione como un ente pleno, autónomo y en libertad, más allá de sus personajes, tramas y nexos en común.
Para terminar, ponemos un ejemplo de lo que puede encontrar la lecturalia que todavía no conozca este libro: “El olor dura más que el amor” es uno de los relatos más singulares en nuestra lectura. Encontramos el aporte sistemático de uno de los sentidos y, por supuesto, no el único, como es el del olfato. Copio el inicio, y sí, aviso: destripo el contenido, pero con buena fe, sin decir demasiado, solo lo justo para el elogio interpretativo, poco más, prometido:
“Algunos días todo huele a sexo. A mi sexo. Como si mi nariz hubiera huido del centro de mi cara hacia el puente oscuro que enlaza mis piernas. Esos días el olor de mi sexo y el mundo se confunden. El mundo es la falda donde late mi sexo desnudo. La campana y su badajo. El badajo y su campana.”
Qué maravilla. Qué excesivo todo: el olor, el aroma. El colorido, la visión. El taco, la piel. El oído, el tañir del bronce, esa aleación de cobre y estaño que nos lleva a deleitar el paladar porque la legua resuena en el paladar, los dientes, lo carnívoro de otros cuentos aparece sin estar y voilá, tenemos el arranque preciso de un gran relato.
La conexión entre la nariz y la entrepierna posterior a la comparación: la confusión del mundo con el sexo, porque ya, para quien habla el mundo es todo sexo y el sexo es el único mundo que conoce. La sugerencia excesiva y masculina —usualmente, pero invertida aquí, haciendo literatura de la inversión, rompiendo la costumbre lectora, la imposición machista del lenguaje—, pero hecha imagen sutil, delicada, poderosa y brutal de un esparcido botón que toca, paredes de cuevas mayores, menores, libres, sonoras, delicadas y pétreas, carnosas y carnívoras.
El lenguaje es tan importante en este libro como lo contado, por eso la autora se esmera —se esmeró, se ha esmerado— en recrear los mundo improbables y verosímiles que nos muestra con un acertado juego lingüístico, un marco de referencia como es el amor y ha “traducido” diferentes experiencias, sensaciones, laberintos amorosos y, cómo no, matices eróticos, para que podamos leer y disfrutar sin complejos.
La autora ofrece un compendio literario de sexualidad viva, mutable, multigenérico y decididamente provocador, buscando los recovecos de nuestras vidas que se transforman gracias al amor que es sexo, al sexo que es amor y claro, ambos se pueden fusionar y ser uno, llamarse literatura y que te toque Nuria Barrios por el camino y te haga literatura.
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