Poem, Child, Tree
“The result
of great vocation
and a bit of work.”
Gil de Biedma
Some poems
are stillborn, in moments
of fatigue or fury,
covering their face
with tiny blue hands.
A white stone
marks their existence
in the place furthest away
from the page.
Then there are others,
ones that manage to grow
as tall as a tree,
those serene poems with deep
roots and luxuriant manes,
that can withstand
a lightning bolt, and sing in the storm
and among whose boughs
the birds build
their nests.
Poema, niño, árbol
«El resultado
de mucha vocación
y un poco de trabajo».
Gil de Biedma
Hay poemas
que nacen muertos, en momentos
de fatiga o de rabia, con manitas
azules tapándose la cara.
Una piedra blanca
señala su existencia
en el lugar
más apartado de la página.
Y luego están los otros,
los que logran crecer
hasta alcanzar la estatura de un árbol,
los poemas serenos de profundas
raíces y frondosa melena,
que soportan
el rayo, cantan en la tormenta,
y en cuyas ramas construyen
su habitación
los pájaros.
Ash on an Old Man’s Sleeve
“Ash on an old man’s sleeve
Is all the ash the burnt roses leave.”
T.S. Eliot
You will pass through the crystal wall
of the revolving doors, with the sure
fondness that ghosts possess
homing in on their usual haunts,
meanwhile they float in secluded streets
spinning like lonely halos
around the lamppost globes,
or they see from the windowsill
how the dawn
rising from the sea
turns the windows to pearls
wandering the sweet dimension of time
which the hard swords of meaning
never manage to penetrate.
When someone dies, so too die the dead ones who lived from him, with him, in him.
You smoke, killing time, leaning on the glass
that reflects the elusive shadow
of a life, and the city. The night
will be long. An ambulance goes moaning by.
Ceniza en la manga de un viejo
“Ceniza en la manga de un viejo
es lo que dejan al arder las rosas.”
T.S.Eliot
Cruzarás el muro de cristal
de las puertas giratorias, con la firme
querencia que tienen los fantasmas
de regresar a su lugar de siempre,
y que entretanto aguardan en calles
retiradas, girando como nimbos
solitarios en torno a las farolas,
o ven desde el alféizar cómo la madrugada
tiñe de perla las ventanas, llegando
desde el mar:
errantes por la dulce dimensión del tiempo
que no logran penetrar las rígidas
espadas del sentido.
Cuando alguien muere, mueren
también los muertos que vivían
de él, con él, en él. Fumas haciendo
tiempo, apoyado en el vidrio
que refleja la sombra inaferrable
de una vida, y la ciudad. La noche
será larga. Pasa gimiendo una ambulancia.
Emily Dickinson Receives a Visit in the Cemetery, and Plays with Her Hats
A Bible, the blue circle
of a cup staining the fragile page
of the Book of Psalms;
backlit, those bullrushes
seem pensive reeds,
the lilies that repose
in the bouquets, white tigers
tamed and trained to perform
by the whip of memory.
There exists a path
also white
which snakes its way toward mansions
where the music, at night,
sounds sweet through orange windows.
Gardens that lead one on
to the marble belly of a statue,
to the exaggerated
motionless velvet of a rose.
Music playing at all hours,
and sporadically
the plash of some oars
upon the water.
They will say about us, probably,
that we exhaust our time
living behind closed doors.
“She had few visitors” one neighbor
will insist, raising a trembling cane,
“her garden was overgrown,
the path that led to her house
became, with the bad weather,
impassible.
A strange person,
the classic bitter spinster.”
But later, spouse of mystery
now and forever,
I will blow like a light wind
fluttering her clothes,
making them silent for a moment,
carrying me through the air,
towards the distant path,
thick with white dust,
her hats.
Emily Dickinson recibe visita en el cementerio, y ella se divierte con sus sombreros
Una Biblia, la mancha
azulada de una taza
sobre la frágil página
del Libro de los Salmos;
a contraluz, esos juncos
parecen cañas pensadoras,
los lirios que reposan
en los búcaros, tigres
blancos amaestrados
por el domador de la memoria.
Existe un camino
también blanco
que serpentea hacia mansiones
donde la música, de noche,
suena dulce tras ventanas naranjas.
Jardines que conducen
al vientre de mármol
de una estatua, al terciopelo
inmóvil, exagerado, de una rosa.
Hay música a todas horas,
y esporádicamente
el sonido de unos remos
sobre el agua.
De nosotros dirán, probablemente,
que agotamos nuestro tiempo
viviendo de puertas para adentro.
«Recibía pocas visitas» subrayará
un vecino alzando un bastón trémulo,
«su jardín estaba descuidado,
el camino que conducía a su casa
resultaba, con el mal tiempo,
impracticable. Una persona
rara, la clásica solterona amargada».
Pero entonces, esposa
ya para siempre del misterio,
soplaré como un viento ligero
desordenando sus vestidos,
haciéndolos callar por un momento,
llevándome por los aires,
hacia el lejano sendero,
lleno de polvo blanco,
sus sombreros.
Créditos:
Los poemas aparecen en los libros Suburbio y lejanía y La vida enorme
La fotografía es de Daniel Álvarez Cañelles
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