«La existencia cotidiana puede llegar a convertirse en el horror del tedio que nos doblega, en la desaparición y la derrota de todas nuestras promesas y quimeras.»
Cioran, Breviario de podredumbre
El que se sienta delante del ordenador a eso de las cinco de la tarde, exhausto, pétreo, estéril, después de una interminable jornada laboral, con la vana intención de emborronar algunas páginas en blanco, no es más que un residuo marginal de aquella otra persona lúcida y enérgica, pletórica de entusiasmo, que salió de casa esta mañana hacia el trabajo.
Este individuo que ahora se encuentra delante del ordenador, con la pantalla iridiscente iluminándole débilmente el rostro, con las fuerzas menguadas, con el ánimo seriamente dañado, es una sombra desdibujada, apenas un reducto de sí mismo, que se pregunta dónde habrá ido a parar aquel entusiasmo con el que se levantó de la cama esta mañana, qué puede dar de sí (y que sea aprovechable) en estos momentos, cuántas páginas (¡qué digo páginas!), cuántas líneas podrá escribir en este estado de inercia en el que se encuentra sumergido, a causa del cansancio, incapaz de expresarse mediante un lenguaje que no sea un páramo desolado o un cadáver mutilado.
Este Mr. Hyde clandestino, indómito, un tanto tenebroso, que en vano trata de aporrear teclas, se descubre a sí mismo con una incontrolable fuerza dionisíaca, al tiempo que se siente como un animal encerrado en una escueta jaula, en un laberinto sin salida. Esa es su cara y su cruz, su bendición y su condena, la fuerza que le empuja y el mal que siempre le acecha.
Por eso, siempre que puede, este Mr. Hyde obsesivo lucha como una fiera salvaje por imponer su voluntad (tantas veces reprimida) al Otro, a ese Dr. Jekyll pusilánime y servil que ven cotidianamente los demás, tan pagado de sí mismo, tan prestigioso en su calabozo de aire, con su apacible serenidad, sus vacaciones pagadas y sus letras a plazos.
Por supuesto que es el Otro, el ciudadano ejemplar y respetable, el que acude a su puesto de trabajo como siempre desde hace tantos años, un día tras otro, con calculada disciplina, con esa alegría fúnebre, mientras regala hipócritas sonrisas a los que se cruzan con él por la calle.
Al colérico Mr. Hyde le exaspera la actitud sumisa del Otro, la falta de espontaneidad que predomina en todos sus actos, el papel secundario que se atribuye en cualquier escenario, donde todo está milimétricamente calculado y cada día transcurre como una copia del anterior, como una anticipación exacta del siguiente.
Igual de insoportables le resultan sus horarios uniformizados, el orden estricto en el que coloca su ropa en el armario, sus conversaciones circulares, las obligaciones anodinas, sus férreas rutinas, su pulcritud erótica, su eterno conformismo.
Eso, por no mencionar su insignificancia empedernida, la manía de camuflarse entre la multitud para pasar desapercibido, la invisibilidad como estrategia de supervivencia, una persona anónima e indistinguible en medio de centenares de personas también anónimas e indistinguibles. El fantasma de la uniformidad y de la repetición que campa a sus anchas por un castillo en ruinas.
En cambio, a Mr. Hyde siempre le ha atraído el brillo de lo irremplazable, de lo que no admite demora ni repetición, la gloria de lo único. Lo que Mr. Hyde le reprocha al Otro no es tan solo el agotamiento inútil de sus energías, ni la extenuante exposición de su faceta pública, que le deja el cuerpo al borde de la resistencia física, sino la falta de autenticidad en su vida, que realice los actos sin pensar, por imposiciones externas o por mera rutina, como si fuese un autómata controlado por fuerzas invisibles.
Habrán imaginado que se trata de una situación límite, difícil de digerir. Hay algo destructivo, profundamente enfermizo, en el mantenimiento de esta polaridad, de este puzle formado por piezas disímiles, un rompecabezas que nunca termina de encajar.
No es la falta de conciliación lo más doloroso. Mucho peor es sentir el vacío del impostor que se esconde detrás de cada uno de tus actos, tanto públicos como privados, como un aguijón que se te clava silenciosamente por dentro, la amarga sensación de llevar una vida fraudulenta, una máscara sin alma, como la de esos agentes secretos que son modélicos padres de familia al tiempo que se dedican a espiar para sus gobiernos.
El problema no es la inestabilidad, ni la insatisfacción o la incoherencia de tus actos (¿quién consigue evitarlas en su vida?), sino que cada una de las mitades se sienta un engaño indisimulable. Y es que raramente existe algún tipo de sintonía entre uno y su doble, la copia y el original, lo real y lo soñado.
En alguna ocasión, Mr. Hyde amenaza con escapar del yugo que atenaza su cuello y huir a cualquier rincón apartado del mundo, lejos de todo, como el preso que consigue escapar de su largo cautiverio. Pero, por alguna extraña razón, después de un tiempo vuelve a refugiarse en la rutina pacífica del Dr. Jekyll, de la que intentó escabullirse sin éxito. No sabría decir cuál de las dos mitades acaba de escribir esta nota.
Preguntas, preguntas y preguntas, me surgen de la lectura de esta pequeña ¿ficción? ¿Y no podría sentirse auténtico en sí mismo el Dr. Jekyll, de modo que borrase la sombra de Hyde? ¿Y no podría Hyde desprenderse del disfraz de Jekyll? ¿Quién es el del disfraz; quién el del cuerpo desnudo? ¿Es el Dr. Jekyll la idea que los demás tienen de él mismo o es la idea que el propio Dr. Jekyll tiene de sí mismo o, tal vez, la idea que piensa el Dr. Jekyll que los demás tienen de él? ¿Es necesaria esa dualidad para llegar a identificarse con uno mismo o acaso es necesaria cierta negación de uno mismo para hacerlo? ¿Quién es el Uno? ¿Quién es el Otro? ¿Cuál de los dos es el de verdad? ¿Lo es el Uno; el Otro; o ambos? ¿No es más divertida acaso la idea de que somos dos (o tres, o cuatro), mejor que uno solo? Tengo más preguntas, mil preguntas, pero he ordenado a Hyde que pare .A Jekyll le parece ya un exceso. Un abrazo.
Como tú señalas, en toda ficción hay algo (¿mucho?) de verdad. Es lo que algunos autores más autorizados que uno llaman la "verdad de las mentiras". Todas tus preguntas son muy pertinentes. Y no creas que caen en saco roto. Ojalá tuviese alguna de las respuestas. ¡Un abrazo!