Platos sucios
…y había pedacitos de mi padre en los árboles, en la calle, en todas partes… y estaban limpiando la calle. La lluvia, la sangre, el agua, se estaban mezclando y veía cómo corría para abajo.
Francisco Letelier, al diario La Época.
Se levantó antes de que hubiéramos terminado. Recogía la mesa, sin mirarnos. Con la punta del delantal quitó las migas de los platos de pan y los colocó uno sobre otro: una pila perfecta de cuatro que introdujo cuidadosamente en el agua hasta que desapareció bajo la espuma.
Limpios, pensé. Estaban limpios.
Mis hermanos no levantaron la vista; engullían con esmero, como pájaros, cerrando el pico sin masticar. Yo froté mi boca con la servilleta de tela solo por costumbre. No había podido comer. Y continué observando cómo mis hermanos devoraban la tallarinata. Sus labios maquillados por una gruesa línea de salsa roja, la misma, de tomate, que cubría los fideos y chorreaba en los bordes de los platos. El mantel se habría manchado, por eso mi padre evitaba ponerlo a la hora de la cena. Pronto el trapo húmedo eliminaría los rastros de mis hermanos.
Debieran apurarse en llevar sus platos sucios a la cocina, pensé sin dejar de vigilarlos.
Iván tomó un trozo de la panera, miró hacia adelante sin verme y bajó los ojos; repasó los dibujos del plato con la miga hasta dejarlo impecable. Pedro imitó la operación; pasó la lengua por sus labios y sonrió. Yo no sonreí. Fui directo a la cocina con el plato limpio entre las manos. Mi padre no me dirigió la vista mientras yo secaba el óvalo con la toalla de papel y lo dejaba ya abrillantado dentro del mueble.
Un plato menos que llenar de espuma y enjuagar.
Al salir sentí cómo él abría el estante de la vajilla y tomaba el primer plato, mi plato pulcro, y lo lanzaba bajo el chorro de agua caliente.
No me detuve hasta el baño. Ahí me lavé las manos y la cara con agua fría y bastante jabón. Y después los dientes, los diez minutos reglamentarios para que el flúor hiciera su efecto. De tanto cepillarme empezaron a sangrar las encías y sentí un alivio enorme al recordar las palabras del dentista: si sangran es que están infectadas, es que han estado sucias demasiado tiempo.
Me senté en la taza y estuve ahí un rato, masajeando mis tripas hasta que se vaciaron por completo. Tiré la cadena y, cuando el depósito terminó de llenarse, aún pude escuchar a mi padre en la cocina.
En media hora todo estará impecable, pensé. Impecable.
Sonreí. Mi boca gusto a metal, a menta. Y pensé en esa palabra impecable; manché el delantal impecable de mi padre con ella, me la metí impecable en la boca para que se adosara a los cuellos de las encías vueltos una masa blanda y pegajosa.
Todavía sentada en la taza alcancé con la mano el agua del fondo, agua transparente, mientras oía a mi padre fregando los platos otra vez y las seis tazas de té con sus platillos. Los vasos sucios y los cristalinos. Las cucharas y el resto de la vajilla. Me lavé por detrás, entre las piernas. Con los mismos dedos fríos, inodoros, desaté el nudo de la bolsa plástica que llevaba en el bolsillo interior del chaquetón y saqué la marraqueta que había dentro.
Está obsesionado, me dije mordiendo el pan.
Cerré la boca mientras masticaba y desprendí otro trozo con una felicidad profunda, total. La bola iba adquiriendo el rugoso relieve de mi paladar. Fui transformándola en una pasta húmeda que subía por la nariz; apenas podía respirar pero no tragué. Dejé que cubriera mis dientes, y cuando estuvo completamente líquida, a punto de escurrirse por la comisura de mis labios, comencé a escupir.
El espejo.
El lavamanos.
La bañera.
El piso de linóleo.
Mis manos se cubrieron con esa materia pálida (cesó el ruido en la cocina); y la ropa llena de esa pasta harinosa (cesó el ruido, ahora limpia el mesón con una esponja), y la cara salpicada de pan (el piso, con el trapero). Abrí la puerta.
Con la boca vacía llamé a mi padre.
Platos sucios forma parte del libro Avidez (Páginas de espuma, 2023)
Lina Meruane nació en Chile en 1970. La obra de ficción incluye los relatos reunidos en Las Infantas y Avidez, y cinco novelas –Póstuma, Cercada, Fruta podrida, Sangre en el ojo y Sistema nervioso– traducidas a doce lenguas. Entre sus libros de no ficción se cuentan los ensayos Viajes virales y Zona ciega, así como el ensayo personal Palestina en pedazos (versión ampliada de su anterior Volverse Palestina), el ensayo lírico Palestina por ejemplo, y la diatriba Contra los hijos. Ensayo general, en tanto, reúne sus textos ensayísticos más breves. Ha incursionado en la dramaturgia con una adaptación teatral, Un lugar donde caerse muerta y una obra dramática: Esa cosa animal. Ha recibido los premios Metropolis Azul (Canadá 2023), Cálamo (España 2016), Sor Juana Inés de la Cruz (México 2012), Anna Seghers (Berlín 2011) y becas de escritura de la Fundación Guggenheim (USA 2004), la NEA (USA 2010), la DAAD (Alemania 2017) y Casa Cien Años de Soledad (México 2021), entre otros. Enseña escritura creativa en la Universidad de Nueva York (USA). En 2023 obtuvo el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, que otorga la Universidad de Talca.
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