Agua dulce (Freshwater, 2018), de Akwaeke Emezi.
Ed. Consonni, Bilbao, 2021. Traducción: Arrate Hidalgo. 248 páginas.
«A menudo los humanos rezan y luego se olvidan de lo que son capaces sus bocas, olvidan que todos los oídos están atentos, que cuando orientas tu anhelo hacia los dioses, los dioses pueden tomárselo como algo personal».
La librería Book Den es una de las más reconocidas y queridas de la capital de Namibia. Frecuentada tanto por locales como por turistas, a menudo organiza lecturas y firmas de libros, lo que la convierte en un centro cultural de Windhoek. Como no podía ser de otro modo, la propietaria dedica varias estanterías a la literatura africana y reserva una de ellas a las obras más vendidas y solicitadas por los clientes. En esos estantes, solo una autora tiene más protagonismo que Chimamanda Ngozi Adichie. Y esa autora es Akwaeke Emezi.
Akwaeke Emezi nació en Umuahia (Nigeria) en 1987 y es una artista de herencia igbo-tamil que se autodefine como «escritore no binarie, trans y ogbanje». Emezi, cuya fulminante trayectoria la ha conducido hasta a la portada de la revista TIME tras ser considerada una de las líderes de la próxima generación, también ha afirmado que «su género literario favorito es la especulación».
En la librería Book Den, tras consultar algunas de las obras disponibles de la autora, me decido por Agua dulce, su ópera prima, ya que descubro que también se puede encontrar en castellano, traducida por Arrate Hidalgo para la editorial Consonni, y en catalán, traducida por Albert Torrescasana para Edicions del Periscopi. También me llama la atención porque leo que la novela, caracterizada por una voz narrativa lírica y feroz a partes iguales, nos introduce en una diversidad de creencias y experiencias más allá de las occidentales. Y es que la originalidad —y complejidad— de la obra de Emezi radica en términos como ogbanje, iyi-uwa o chi, entidades determinantes en la trama de Agua dulce que nos adentran en la cosmogonía igbo.
En la Nigeria actual, tanto igbos como yorubas practican la religión introducida por los colonizadores: el cristianismo. Sin embargo, Emezi decide sumergirse en las aguas de sus creencias familiares igbo, las que nos hablan de los ogbanje: espíritus malignos que habitan en los cuerpos de los niños y traen desgracias a sus familias. Los ogbanje, además, cuentan con una identidad plural y pueden considerarse un tercer género. En palabras de la autora: «Freshwater es un relato de un ogbanje contemporáneo. Las ideas que la gente tiene sobre los ogbanje son usualmente precoloniales. Muchas cosas de nuestra cultura, nuestra realidad, fueron colonizadas, por así decirlo». De este modo, uno de los objetivos de la novela es establecer un diálogo entre la cosmología igbo y otras formas occidentales de construcción de la identidad. De hecho, la autora ha reconocido sentirse como un ogbanje y ha confirmado que su primera novela tiene un enfoque autobiográfico.
La trama de Agua dulce relata la vida de Ada, una joven nigeriana que, desde niña, alberga en su interior a unos ogbanje que quedaron atrapados en su cuerpo a causa de una encarnación defectuosa. Para Ada, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los espíritus, que debería estar cerrada, está abierta y ese hecho convierte su vida en un desafío constante. Al crecer y mudarse a una universidad en Estados Unidos, Ada sufre una agresión traumática que provoca la consolidación de los espíritus en dos entidades —Asughara y San Vicente— que relegan la conciencia de la protagonista a un segundo plano. A partir de ese momento, su vida toma direcciones sorprendentes: mientras la Ada humana intenta aferrarse al amor, la amistad y la religión para mantenerse a flote, sus otras conciencias la conducen al alcohol, las lesiones, el sexo compulsivo y la autodestrucción.
«Éramos a la vez viejes y recién nacides. Éramos ella, y al mismo tiempo, no lo éramos. No estábamos conscientes, pero sí vives. De hecho, ese era el problema primordial. Que éramos un nosotres aparte en lugar de ser, pura y llanamente, ella».
La novela nos sugiere dos lecturas. Una es mágica, relacionada con la mitología igbo, donde un error de los dioses deja abierta la puerta entre mundos. La otra es más realista y nos presenta el retrato de una identidad fracturada a través de las fuerzas que habitan en Ada, que a veces se comporta como una mujer astuta y lujuriosa, y otras veces como inocente y sumisa. Las dos interpretaciones de la novela se entrelazan y confluyen en una exploración del mecanismo psicológico de la disociación: a medida que avanzamos en la lectura, conocemos el diálogo interno que Ada mantiene con los espíritus que la habitan y cómo se desdibuja el umbral entre lo real y lo que podría ser real en su vida. La historia avanza a través de esta dualidad, mientras los espíritus narran los eventos en conjunto o por turnos, y Ada visita psiquiatras e incluso se interna en una institución de salud mental. Es especialmente interesante, por ejemplo, el modo en el que la autora trabaja la progresiva desaparición de la frontera entre las identidades entre Ada y Asughara: «si Asughara tiene el control, Ada no será lastimada».
Gracias a todos estos detalles, Agua dulce tuvo una recepción fantástica por parte de público y la crítica, llegando a considerarse mejor libro del año 2018 por The New Yorker y la Biblioteca pública de Chicago. Traducida a trece idiomas, la novela también ganó el Otherwise Award 2019 y el Premio Nommo. Asimismo, fue finalista del Premio PEN / Hemingway, el Premio Literario Lambda y el Women’s Prize for Fiction, entre muchos otros.
Sin embargo, a pesar de tratarse de una novela aclamada por la crítica y de constituir un debut literario espectacular e inusual, es cierto que la lectura de Agua dulce demanda una gran dosis de curiosidad y la disposición para dejar de lado nuestros prejuicios occidentales. Por un lado, la novela de Akwaeke Emezi puede resultar ocasionalmente confusa y no alcanzar el grado de perfección subrayado en algunas de las críticas. Pero, por otro lado, es cierto que destaca como una obra profundamente original y perturbadora, una ópera prima que se aleja de lo convencional y que redefine tanto la feminidad como el cruce de culturas. Aunque tal vez la trama podría beneficiarse de algunos ajustes estructurales, sin duda ofrece un potente retrato psicológico de la resistencia postraumática que vale mucho la pena conocer.
Personalmente, lo que más me ha cautivado de la novela es cómo Emezi desafía a los lectores con una voz única que nos obliga a cuestionar nuestras certezas sobre el género, la cultura y la espiritualidad, revelándonos que pueden ser inconsistentes. Me atrae que Agua dulce sea un libro audaz, lleno de interrogantes y paradojas que nos invitan a la reflexión. También resulta muy interesante el hecho de que la historia de crecimiento que nos cuenta la novela —narrada a través de Ada pero sobre todo a través de la voz impactante de los dioses que la habitan (nosotres)— se centre en los conflictos raciales y familiares, la violencia hacia la mujer y el descubrimiento de la identidad sexual.
«El mundo de mi cabeza ha sido mucho más real que el de fuera… no quería estar sola, así que les elegí a elles».
Por todas estas razones, Agua dulce no nos puede dejar indiferentes. Akwaeke Emezi aborda temas relacionados con los dioses y las enfermedades mentales, los sacrificios y las autolesiones, la soledad y la culpa. Todo ello a través de un estilo que alterna entre lo directo y lo poético, fusionando lo corporal y lo espiritual. Con una prosa delicada, explora los mecanismos de la mente para superar traumas y abusos, para acabar con el estigma de las enfermedades mentales y plantear la dificultad de encontrar nuestra identidad cuando no encajamos. En definitiva: para sobrevivir. Sin duda, la novela desafía nuestras percepciones de la realidad, haciéndonos reflexionar sobre nuestra identidad personal y cultural y sobre lo que significa la sanación y los caminos nos conducen a ella.
«Pensad en todas las breves pérdidas de juicio que lleváis dentro: no solo en las que afloraron cuando crecisteis y os convertisteis en versiones más altas y culpables de vosotros mismos, sino también en esas con las que nacisteis, las que venían ocultas detrás del hígado».
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