No se me da bien la conversación ligera, montar muebles, ni nadar. No se me da bien el fútbol, ni entender los poemas, ni besar los perfumes. No se me da bien aguantar el calor mientras la arena me roe la piel, ni las redes sociales, ni las redes. No me se da bien escribir bien, ni el buen humor, ni el orden. No se me da bien la cocina, ni los fachas, ni el caos. No se me da bien la paciencia, ni saber qué estoy haciendo, ni responder preguntas. No se me da bien predecir el futuro, ni ganar dinero, ni mirar al sol con los ojos abiertos. ¿Y entonces qué se te da bien?, me pregunta más para callar toda esa retahíla de palabras que para saber. El rímel de las pestañas aletea negro dentro de la noche y los chispazos verdes del iris son luces que se pierden en la ciudad caliente de julio. Se me da bien no hacer nada, andar en calzoncillos por la casa, leer tres libros a la vez. Se me da bien contradecirme, dar vueltas como cuando el agua se anuda en un torbellino chiquito, estar perdido. Se me da bien leer en voz alta, volar por el suelo, golear la vida. Se me da bien escuchar, desmontar muebles, nadar como los perros. Se me da bien agarrarme al clavo ardiendo, llorar en las películas, sentirme abrumado por la vorágine de pantallas. Se me da bien evitar el conflicto, ser invisible, hacerme el sueco. Se me da bien la piel, predecir el pasado, mirar el sol para ver resquicios. Pero todo eso son excusas, dijo. Hazlo ya.
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