—La realidad no tiene sentido, te reflejas en mí pero no puedo tenerte —le dijo, alguna vez, el mar a la luna.
No hay un motivo previo para existir. Sé que esto puede sonar excesivo para cualquier sensibilidad esperanzada —pero no se apure nadie aún y saque conclusiones precipitadas—. En efecto, lo que sea el mundo tal como se nos presenta acontece —al parecer— sin dirección ni finalidad ya definida. La aparente aleatoriedad del los sucesos que ocurren, no nos indica ningún plan previamente establecido. De todo esto se puede colegir que no existe, como tal, un sentido, ni para el mundo ni para un sujeto cualquiera determinado.
—Una nada insuperable de distancia nos separa. Pero el deseo de alcanzarte construye sobre el vacío un camino de palabras, —le dijo, alguna vez, el mar a la luna.
Pero, a pesar de esto, se dirá a la vez y al mismo tiempo —consciente de la contradicción en la que se incurre— la siguiente tesis: la realidad no tiene sentido pero, a la vez, lo tiene. ¿Y cómo es esto? Dicho de otra forma: el sentido no es previo (ni es, ni se tiene) sino que adviene en la medida en que lo deseado permanece a distancia. Esta nada que separa a Eros de su objeto es una hoja en blanco que se rellenará con palabras. La blancura del papel es alumbrada —como el mar al recibir el reflejo de la luna— por un sentido inasible. A partir de la primera palabra escrita se aspira a salvar el vacío que se da entre la hoja de papel y su sentido, entre la vida de cualquiera y su motivo, entre el mar y la luna reflejada.
—Atravesado por este hambre de sentido, inicio la historia de como alcanzarte, —le dijo, alguna vez, el mar a la luna.
Y es dicha nada como ausencia y distancia lo que mueve a la narración. Se trazan palabras sobre el vacío para que la realidad adquiera significación. Este significado como sentido se estructura en tres aspectos: su relatar abierto (siempre es posible una palabra más), distante (permite no agotar el relato con un definitivo punto y final) y emergente (la historia, como el sentido, es un rico vergel interminable). Cada cual al hacer, al existir (y saberse existiendo); al pensar, al sentir, al poner —con palabras— en movimiento lo quieto, dota de sentido a una realidad que no lo tiene. El flujo aleatorio de sucesos adquiere casa y abrigo en el relato. El sentido no-es sino que va siendo (sin serlo nunca) en la medida en la que se va narrando la historia —imposible— de como alcanzarlo. El mar, consciente de todo esto, no le queda sino narrar el cuento de su ilusorio encuentro con la luna:
—Eres el motivo que mueve mi esperanza y mi pluma. Un torrente de trazos significativos emergen como un camino: la vía que pretende salvar tu insalvable distancia, sin conseguirlo nunca, —le dijo, alguna vez, el mar a la luna.
Gran texto. Muy evocador. La metáfora de la luna y el mar, como el autor y su obra, ...o cualquiera de nosotros y La Vida. Muy interesante.
Fantástica reflexión José. Siempre es un placer leerte.